9 de octubre de 2007

Vuelo de un espíritu luminoso

Hoy es 9 de octubre y se cumplen cuarenta años desde aquél otro 9 de octubre en el que un ignorante soltaba sus balas contra el cuerpo de un idealista. Aquél hombre que mataba no comprendía ni podía abarcar concientemente la magnitud de su acto. Aquello que moría era sólo el cuerpo de un hombre. Su ser ya se había expandido y su espíritu comenzaba su vuelo. Aquellos eran sólo dos hombres. Uno mataba, Mario Terán. Otro moría, Ernesto Guevara.
El hecho ocurrió en Bolivia, en La Higuera. Pero el “Che” era argentino. Durante su juventud la curiosidad lo llevó de viaje por América Latina en dos oportunidades. Esa curiosidad dio lugar a sueños y convicciones. Y el destino, que no juega en contra cuando uno sabe a donde va, hizo lo suyo. En México se cruzaron dos vidas, la de Ernesto y la de Fidel. Y aquél entrecruzamiento desembocó en revolución. Resultó determinante para la liberación del pueblo cubano de la tiranía Batistiana digitada por Estados Unidos. Fidel, quien organizó su revolución desde su juventud como presidente de la Federación Universitaria se vio empardado por un argentino que se le arrimó como médico pero que rápidamente ascendió a líder. Un líder carismático, inteligente y sensible. También asmático y hermoso.
Las aspiraciones de justicia, libertad e igualdad… la convicción de la posibilidad de construir un “hombre nuevo” movilizó a Ernesto y lo expulsó de la isla hacia nuevos horizontes reprimidos en donde depositar todo su esfuerzo. Quizás algún enfrentamiento con Fidel haya precipitado las cosas. Nunca lo sabremos, era demasiado leal y ético como para desprestigiar al hombre que le había permitido acompañarlo en la liberación de su pueblo. Se marchó con una carta en la que expresaba únicamente su admiración por aquél hombre. Pero partió, aunque quizás no era el momento preciso. Y el Congo recibió su presencia. Y no estaban preparados el uno para el otro. Así fue como sus deseos de libertad latinoamericana lo devolvieron, tras unas cuantas escalas internacionales clandestinas, a Bolivia. Aquella tierra que ya había conocido, aquellos dolores que ya lo habían marcado a fuego, aquellos rostros curtidos por el sol y el viento andino, aquella resignación silenciosa, aquél miedo, aquella nada… Aquél pueblo tan sufrido y tan sometido.
Casi doce meses estuvo lidiando en latitudes bolivianas, por la selva, por los alrededores del Ñancahuazú, por el Río Grande. Casi doce meses buscando apoyos de aquellos a quienes intentaba ayudar, ayudarlos para ayudarse, para ayudarnos. Pero la ignorancia y el temor pudieron más que sus esperanzas y promesas de futuros mejores.
El 8 de octubre de 1967 fue capturado y un día después, intentaron acabarlo matando su cuerpo. Pero la imposibilidad de matar a un idealista era una probabilidad que aterraba en aquellos años y es una gran certeza por estos días.
Al verlo harapiento, sucio, flaco, encerrado maniatado en un cuartucho lleno de tierra que se pretendía escuela, una vecina de La Higuera le preguntó por qué estaba en esa situación pudiendo haberla evitado. “Ideales” fue la única palabra pronunciada a modo de respuesta.
Poco después, el verdugo de turno temblaba mientras lo apuntaba. El Che lo incitó: “Adelante, sólo vas a matar a un hombre”. Terán gatilló creyéndole quizás. El Che sabía que no era cierto. Sabía que gatillando no se matan simplemente hombres y fue por eso que no pudo disparar contra un camión que había pasado por su puesto días atrás. Supo que debió hacerlo pero, según sus propias palabras grabadas en su diario boliviano, los dos soldaditos arropados que llevaba atrás el camión lo inhibieron. Y lo perturbaron al punto que no tuvo la lucidez necesaria como para detener el camión siquiera. Porque él bien sabía que disparando no se mataban simplemente hombres. También se matan sueños, vidas, inocencias…
Pero Ernesto era tan conciente de eso como de la trascendencia de sus ideales. Y entonces sí podía, valientemente, ofrecer su hombría. Porque su espíritu, que no empieza ni termina en él, lo trascendía abiertamente. Y su lucha continuaría con mayor fortaleza quizás. Pero con menos luz. La estrella seguiría acompañándonos pero a partir de allí lo haría desde un lugar un tanto más alto. Para abarcarnos.
Lo admiro por su compromiso, por su seguridad, por su sensibilidad, por su inteligencia y responsabilidad… Por las fotos que sacó, por las personas que curó, por las cartas que escribió. Por ofrecer la materialidad de sus ser en pos de un espíritu universal trascendental, un espíritu en búsqueda de una libertad y una hermandad postergada desde la conquista de América por parte de los españoles en estas tierras. Desde mucho antes en el mundo entero. Un espíritu que a través del tiempo encuentra cobijo en seres especiales con la capacidad necesaria para albergarlo.
Mi respeto, mi admiración, mis lágrimas en estos días plagados de documentales y ediciones especiales que muestran, entre otras cosas, a los campesinos bolivianos que relatan su recuerdo desde la misma pobreza e indiferencia que él conoció. Mi recuerdo en estos días en los que todo duele un poco más que de costumbre.
Y Terán… Terán fue operado de cataratas en un Hospital público donado por Cuba a Bolivia. Porque a veces el destino se ocupa de vengarnos. A niveles superiores, redoblando la apuesta… Sublimando…
Paradojas de la historia.