18 de septiembre de 2007

Siguen arrancando flores creyendo acabar con la primavera.

Hace treinta y un años se instauró en Argentina uno de los peores regímenes que existieron. Padecimos una de las más duras dictaduras a las que fue sometida América Latina. ¿Y por qué podemos considerarla una de las más duras? Por que no solo se anuló la división de poderes y los derechos y garantías individuales. También ocurrió un genocidio. No solo se coartó la libertad de la ciudadanía sino que también se exterminó una generación. Y no solo se la exterminó. A muchos de quienes integraban aquélla generación se los desapareció despojándolos de toda identidad e insertándolos en una nueva categoría. Ahora serían “desaparecidos”. Según Videla “no son ni vivos ni muertos, son desaparecidos. No son.”
Mucho tiempo pasó. Y muy lentamente nos fuimos despegando como sociedad, o al menos lo fuimos intentando, de aquél pasado de terror que se resistía a irse de nuestro inconsciente colectivo.
Volvió la democracia. Volvieron las libertades formales. Se castigó tímida y cobardemente a algunos pocos. Crecieron y se fortalecieron las “Madres” y “Abuelas” de Plaza de Mayo en su constante búsqueda de justicia y de nietos. Aparecieron los “Hijos” que dejaron de ser niños para comenzar a ser hombres y mujeres en búsqueda de justicia y de identidad. Y el concepto de Memoria comenzó a tener tanto peso como el de Historia.
Y entonces creímos que ya era hora de que todos paguen sus culpas. Y creímos que estábamos preparados para enfrentarlo. Y entonces se reabrieron los casos que intentaron quedar silenciados. Y la luz se posó sobre rostros y nombres que pretendían permanecer a oscuras. Y muchos de quienes aún sentían las torturas sobre sus cuerpos y sus mentes respiraron hondo, ocultaron su temor, y contaron. Contaron su dolor, contaron su humillación. Y se expusieron nuevamente ante aquellas atrocidades. Y ofrecieron al futuro el flagelo de su cuerpo.
Y un día uno de ellos no volvió a su casa. Y no llamó. Y no volvió. Y no llamó. Y otra vez… Lo que reapareció entre nosotros no fueron solo sus recuerdos del terror. Julio López “desapareció”. En medio de la democracia, de las libertades ciudadanas, de la profundización de la Memoria y de un gobierno reivindicativo de la lucha social de la década del ´70, Julio López desapareció. De entre medio de todos nosotros, desapareció. La desaparición reapareció.
Y pasó un año. Pasaron 365 días desde aquél 18 de septiembre de 2006. Y el gobierno que dice que está investigando a fondo todavía no pudo interrogar a los policías a los que mencionó Julio.
Pasó un año. Y Julio no apareció. Y seguimos pidiendo aparición con vida y castigo a los culpables. Como hace treinta y un años. Pero con treinta y un años de lucha y de memoria construida sobre nuestras espaldas.